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lunes, 15 de enero de 2018

El hipnótico poder del insomnio.

Los envidiosos dirán que no es mas que un defecto tratable con medicamentos, hipnosis o terapia, pero si te soy sincero yo disfruto de mis largos desvelos, el silencio nocturno calma mis mas profundas ansiedades y disuelve los terrores personales en una sopa de letras con pedacitos flotantes de ajo y cebolla. Si tuviese dinero de sobras la sopa sería de champiñones y gambas, pero estos son productos de lujo que raramente me puedo permitir, en todo caso es casi mas sabroso chupar lentamente una pastilla de caldo de pescado concentrado de alguna marca blanca.

Hoy la noche está preciosa, puedo afirmarlo sin siquiera tener que asomarme a la ventana y darme cuenta de que está nublado y se arrastran los borrachos bajo el balcón, dejando a su paso un tufillo a orines y vómito. No me hace falta entregarme a esa realidad todavía, no me hacer falta ni ganas tengo y si las llegase a tener entonces se podría decir, sin temor a errar, que estoy muy jodido. pero no es así, es verdad que suelo divagar, perder el hilo, irme por las ramas, morderme la cola (pero no la lengua) y sacarme de vez en cuando algún vello púbico de entre los molares. Esto es todo verdad, como es verdad también el haber estado en un proceso de locura transitoria causado por la falta de sueño, el exceso de café y alguna especie de pensamiento obsesivo, de cíclica naturaleza, que se recreaba en algún cortocircuito en mi no tan maltrecho cerebro ¿a qué venía todo esto? no lo recuerdo, champiñones, gambas, caldo de pescado, cebollas, ajos, letras en la sopa, etc. Y sí, esto venía a lo siguiente que quería comentar a desgana.
Resulta que al verme privado de descanso por la desaparición repentina del cansancio en medio de un sueño con jardines en cuyas fértiles tierras crecían  anaranjados pulpos volteados y hongos en los bordes de las numerosas escaleras (un visión preciosa y a la vez terrorífica) decidí revisar papeles antiguos de un yo que ya no existe y que yace sepultado bajo demasiadas horas de filme y experiencias carentes de importancia. Revisando esta caja de cartón, que guardo entre la inmundicia que reina bajo mi lecho, encontré desde huesos de pollo fosilizados a insectos de simpática presencia que tuve que eliminar haciendo de tripas corazón puesto que así lo exigen las leyes de la decencia imperantes. Entre la ingente cantidad de documentos enterrados encontré lo que vendría a ser un fajo de correspondencia olvidada, con postales hechas a mano y dibujos de cuncunas con sombrero. En los sobres, finamente confeccionados, algunos con papel de celofán, otros con dibujos en tinta china y alguno hecho a ganchillo con bordado de cactus, no existía por ningún rincón el remitente, solo el destinatario, que vendría a ser yo (nunca he sido mucho de robar correspondencia). Lo impresionante de este asunto es que no recuerdo en ningún momento de mi vida haber mantenido tan fértil intercambio con nadie, aquellos que me conocen pueden corroborar el que soy un hombre de parcas palabras.
Desplegué el primer sobre con inaudita ilusión, como un pequeño niño que recibe un pony de regalo y quiere abrirlo para ver que hay dentro. En el primero (con dibujos de tiburones en silla de ruedas tomando té, café o algún brebaje caliente alrededor de un florero) había páginas en blanco con un circulo en tinta roja como único mensaje, este ruedo llamó enormemente mi atención y estuve observándolo con la mente en blanco durante lo que me pareció que fueron 5 minutos pero que resultó ser ni mas ni menos que una hora y media. Ya entonces veía por la ventana despuntar el sol y decidí que sería un día productivo, así que cogí las mejores ropas que tenía, es decir, las que no olieran a sudor añejo ni a restos de comida (no sé como lo hago pero siempre me tiro buena parte del plato sobre mi ser)y caminé hasta el metro sin una intención clara.
Me quedé dormido en un vagón. Al despertar era hora de irse a casa.

Lo siento mucho.

Cariños cordiales.

Diegof Z.

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