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martes, 16 de marzo de 2010

De la espesura onírica al conocimiento despejado.

Soñé entonces esta noche lo siguiente:
Caminaba por las calles escuchando al fondo la voz de una mujer conocida advirtiendo desde mi punto de partida una advertencia: ten cuidado con la sangre mezclado con drogas japonesas. Seguí caminando entre la noche, yendo al supermercado en busca de esas drogas comercializadas, al fondo vi la luz de la entrada y alguna gente caminar, el tiempo se hizo aprisa y perdí de vista el objetivo principal. Tomé sin darme cuenta las callejuelas perdidas y estrechas en la noche. Vi restaurantes y en todos había mujeres asando castañas. Seguí buscando el gran comercio pero había desaparecido, solo distinguía el cartel de una floristería cerrada: vermiculita. Para salir de esa calle debía entrar por un restaurante, abrí la puerta y era como un bar lleno de gente. Un la barra una mujer adulta, casi anciana asaba castañas en una sartén.
-Después de un vacío-
Estaba yo observando primero en noche el restaurante y caminaba con los transeúntes sin rostro entre la mesas vacías. Sombras había y no faltaban pues la oscuridad era sombría y no se distinguían con claridad los rincones. Abrir una puerta que antes no estaba allí fue sencillo, entrar ya no, pues no dependía de la propia ni la ajena voluntad. Una niña, inocente y tranquila miraba a mis ojos fijamente diciendo, murmurando o tal vez pensando lo siguiente: Nadie tiene poder, solo uno te lo da y solo uno te lo quita. Sin mas la vi desde arriba y se hizo el día.
Estaba ahora subiendo la pendiente, sin dificultad puesto que de cuerpo material carecía, todo verde alrededor, el cielo gris amenazando a lluvia. En la cumbre una explanada bien habitada, un camino entre árboles se abría a mi derecha, a mi izquierda espacio de tierra seca y frente suelo de roca plana. Sobre las rocas un reducido grupo de mujeres y hombres, la maestra estaba enojada y enseñaba yoga a gritos. En la piedra había marcas de cuerpos talladas, entre dos hombres estaba la mía, frente a la maestra ojerosa y a otras tres mujeres.
Yo escuchaba en silencio, de mi no escuchaba nada, aprendía aceptando la violencia y sintiéndome en calma por poder aprender. Un hombre de mi lado me hablaba: Yo soy Policia. Yo decía: no importa, solo es un trabajo, conocí hace tiempo a un policía uruguayo que emigró y vino acá.
Hubo silencio. Miré un cartel detrás de un árbol que tenía dibujados unos niños y unas hojas secas, el cartel decía: No tirar hojas en el futuro.
Pensé: este cartel me da risa, si en el futuro no se pueden tirar hojas, las hojas serán tiradas en el presente.
Volví a mirar y como si hubiese leído mal el cartel decía, ahora sin los niños y solo con el dibujo de las hojas secas: Es así la Ley. En letras pequeñas debajo de lo escrito: Articulo (no recuerdo el número)
miré al camino de mi derecha y vi pasar caminando a dos mujeres, una me sonreía. Después la vi en el camino de la izquierda y me acerqué a ella. Ya no sonreía, parecía triste.

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