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miércoles, 24 de enero de 2018

El pollo y la pantufla

No sé muy bien como ocurrió el suceso que me dispongo a relatar. La verdad es que al gallo negro lo maté por casualidad, el animal era del vecino y se colaba en mi patio, cantaba a deshoras, siempre entre las 3 y las 4 de la mañana, rompiendo el resacoso silencio de la noche invernal. Creo que le lancé un zapato desde la ventana de mi habitación, si te soy sincero, lancé el zapato a voleo, a la profunda oscuridad, seguro de que le daría a las flores, al árbol o a nada. Ni siquiera se me ocurrió que realmente acertaría a darle y al acertar, darle muerte. Su canto se tapó de súbito y su repentino silencio despertó, mejor que un trompetazo, la alarma en mi interior ¿maté al puto pollo del vecino? Pues vaya noche mas mierda, primero lidiar en soledad con el frío húmedo que se me metía en los huesos, después lidiar con las chinches que insistían en drenarme y ahora lidiar con un pollo muerto. Descorrí las mantas que me tapaban y cogí una vela dentro de una lámpara de cristal (me cortaron la luz hace bastante poco) y salí al exterior ataviado con un albornoz y sobre el albornoz unas frazadas enrolladas que me daban un ligero aspecto a romano patricio. Una vez fuera recorrí el patio en busca de lo que sospechaba sería un gallo negro muerto escondido entre las sombras o al menos recuperar mi zapatilla ya que ir con solo una cubría de glacial rocío al pie desnudo, no mola ir descalzo en invierno a esa hora.
Alumbré el tronco de mi manzano y allí estaba, la voltee con el pie para no agacharme y al no agacharme no dejar entrar brisas poco cálidas entre las mantas. Empujé con los dedos de los pies hasta que protegió por completo la planta. Ir con dos pantuflas, en vez de una, cambió mi perspectiva de la situación y me sentí un poco mejor. Entonces vi a mi gato dirigirse como una flecha hacia un lugar detrás de unas plantas, en dos zancadas me planté allí y escruté, con el brillo de la lampara en una mano, las brumosas tinieblas.
-Ala! Gato! Fuera de aquí - y le propiné un fuerte puntapié, a lo que el gato respondió con un bufido y una mirada de odio acérrimo. Es divertido, por que en ese momento no caí en la cuenta de que mi gato llevaba varios años muerto y vi la situación tan natural y ordinaria que hasta me atreví a darle una patada al espíritu del felino que lloré tan largo y que, desde el momento de ahora, puedo decir que venía desde el mas allá a advertirme, y no por apetente interés en la ave zaina que yacía finada víctima de un zapatillazo enviado sin insidia ni puntería desde una ventana.
Toqué el exánime fiambre del pollo cadáver y lo levanté de la uña de una pata que sostuve entre en indice y el pulgar de mi mano izquierda, poco pesaba para el volumen que representaba. Acerqué sus fenecidos restos a mi jeto para observarle con mayor atención. A mi juicio y sin temor a equivocarme, dictaminé que se encontraba absolutamente muerto y en lo profundo me felicité por realizar tan enorme hazaña sin pensar, con una blanda zapatilla de goma y contra el obstáculo que representa la falta de visión en la noche nocturna. Entonces ocurrió que embelesado como estaba en la contemplación del cuerpo inerte del plumífero azabache, bajé en un descuido el panel de la lámpara y, con la llama de la vela que contenía en su interior, encendí una pluma de la desproporcionada cola que tenía el animal. En un raudo pestañear me encontré con que el pollo negro y muerto era una formidable antorcha hiriendo con su resplandor la tenebrosidad de la noche.
Entonces lancé el occiso cadáver del pollo muerto hecho fiambre sobre una superficie ignífuga, en este caso, baldosas verdes de incalculable edad. Escuché a mi gato maullar y solté un bostezo.
Fue cuando se arremolinó sobre el resplandor del galliforme una sombra oscura y casi material, empezó a girar diligente y se comprimió hasta constituir una silueta masculina bastante entrada en carnes y a la que se le notaba que también, por muy del inframundo que fuese, sufría de una avanzada alopecia.
- Soy Abadón, me has... - Su voz como un trueno.
- Mira, sabes, perdona que te interrumpa ¿Puedes bajar la voz? Son las 3 de la mañana. Sabes, si tu mataste al pollo no es justo que lo dejes aquí, tu tienes que hablar con el vecino y explicarle lo que ha pasado. - me indignaba que apareciese así, como si fuese el puto dueño, gritando en mi patio sin tener ninguna clase de consideración hacia los vecinos.
- No tengo nada que ver con tu pollo ¡Tu le has matado! ¡Tu me has invocado! ¡Tu...!
- A ver tio, no grites, son las 3 de la mañana, tengo vecinos que trabajan, yo mismo me tengo que levantar temprano y quiero irme a dormir ya. No me eches la culpa de lo del pollo, es imposible que le haya podido matar con una zapatilla, son de goma, de esta especie de espuma, es imposible matar nada con esto. Además, yo no te he llamado, por favor, fuera de mi patio.
- Simple mortal! Soy Abadon! Señor de... - le interrumpí de un pantuflazo en la calva.
- ¿A quien llamas simple? ¡Tu puta madre, puto subnormal! ¡El tío viene a mi patio y mata un pollo! - toma con el calzado-  Además el tío viene y se pone a gritar a las 3 de la mañana - empecé a arrearle con las dos pantuflas, se intentaba proteger.
- Soy Abadon - decía el esbirro mientras se cubría la cabeza con las manos-  Señor del... ¡Au! ¡Déjame!- acerté a darle en la nariz-  Para por favor.
 - ¡Parad el escándalo o llamo a la policía, que son las tres de la mañana joder! - se escuchó a un vecino gritar.
- ¡Ves! ¡Ala, fuera! - le di con el calzado y esta vez atravesé su sombra, me detuve un minuto, pude ver sus ojos y lo que me pareció un lagrima escurrirse sobre su mejilla. Para ser un demonio me dio pena y todo, se le veía tan desvalido, ahí, esfumándose en la nada.
Desapareció.

Entonces me fui a dormir, joder, frío otra vez.


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